¿Merece la pena ser perfecto?

La competitividad, las exigencias de un mundo que cambia cada vez más rápido, la incertidumbre sobre el futuro laboral en un contexto de crisis, la presión social por cumplir con ciertos estándares, la importancia de la imagen, etc. son solo algunos ejemplos de las múltiples demandas que sin darnos cuenta recibimos del exterior. Muchas de ellas las “compramos”, las hacemos nuestras sin casi cuestionarlas y nos esforzamos por estar a la altura en diferentes ámbitos: laboral, familiar, social, etc., queriendo dar lo mejor, ser aceptados y reconocidos por el grupo.

Pero, ¿hasta dónde el deseo por mejorar es sano y fuente de crecimiento? ¿Cuándo se convierte en nuestro peor enemigo?

Hay una diferencia entre la superación y el perfeccionismo, entre hacer las cosas bien y hacerlas perfectas. Lo primero es sano y ayuda y crecer, lo segundo puede llegar a ser patológico y sin duda, es fuente de dolor (¿innecesario?).

Las personas perfeccionistas suelen presentar las siguientes características:

  • Luchan por la consecución de objetivos extremadamente ambiciosos, y en ocasiones, poco realistas.
  • Se identifican con los resultados. Es decir, ellos son y tienen valía en la medida en que alcanzan lo que se proponen.
  • Solo se aceptan y quieren sin cumplen con sus estándares de calidad, que por cierto, son muy superiores a la media y que incluyen variables que para la mayoría pasan desapercibidas.
  • No cumplir con sus objetivos y estándares les lleva a un fuerte sentimiento de culpa. Sufren la dictadura de sus propios “debería”. Su “yo real” está lejos de su “yo ideal”.
  • No toleran los errores propios y suelen ser poco permisivos con los errores ajenos, ya que no conciben otra opción que no sea la excelencia.
  • Intentan satisfacer las expectativas de los demás porque temen el rechazo y la crítica.

Este foco continuo en el resultado les lleva a consecuencias que en muchas ocasiones son negativas para ellos mismos:

  • A nivel mental: dificultad para concentrarse, pensar con claridad, tomar decisiones, ver posibilidades, etc.
  • A nivel emocional: ansiedad, culpa, frustración, tristeza, etc.
  • A nivel físico: dolor, cansancio, insomnio, etc.
  • A nivel de comportamiento: comprobación excesiva de todos los detalles, inseguridad, lentitud, etc.

Desde el coaching abordo este tipo de conductas preguntando a mis clientes:

  • Si no hablaras de ti, ¿qué análisis harías de alguien que piensa y se comporta como tú piensas y te comportas?
  • ¿Qué obtienes siendo “perfecto”?
  • ¿Podrías obtener lo mismo con otro tipo de patrón que no tuviera los efectos negativos de ser “perfecto”?
  • ¿Para qué te esfuerzas por ser “perfecto”?
  • ¿En qué medida dependen de ti los objetivos que te planteas?
  • ¿Por qué la opinión y el criterio de los demás es más importante que los tuyos propios?

 

Si te identificas con estas características y quieres afrontar los retos de la vida con una mayor serenidad, sin continua autocrítica, me permito sugerirte algunos ejercicios para empezar el cambio:

  1. Préstale atención a tu diálogo interno. ¿Qué pasa si cambias los “debería” por “me gustaría”? ¿Cómo te sentirías si te hablaras igual que le hablas a tu pareja o a tu mejor amigo? ¿No eres acaso la persona más importante de tu vida? Prueba a háblate como tal.
  2. ¿De qué otra forma alternativa puedes interpretar la realidad? ¿Por qué crees que eres capaz de leer la mente de otros? Si tienes dudas, prueba a preguntar abiertamente, no anticipes críticas ni te pongas en lo peor.  ¿Acaso tienes súper-poderes o una bola de cristal?
  3. Piensa en ti. ¿Qué es lo que verdaderamente quieres, qué es MEJOR para ti? ¿Actúas en consecuencia? No es egoísmo, es AMOR PROPIO. Acepta que no se puede satisfacer a todo el mundo, porque cada cual tiene sus intereses.
  4. Identifica lo que sí depende de ti. ¿Cómo te sientes poniendo el foco en lo que sí está a tu alcance? ¿De qué manera priorizas? ¿Haces primero lo primero? No lo malgastes en detalles superfluos, céntrate en lo importante.
  5. ¿Qué pasa si cometes errores, incluso de forma deliberada? Experimenta la sensación de no hacer algo bien. ¿Qué cambia? ¿Cómo es ahora tu relación con los demás? ¿Y contigo mismo? Exponte al “no perfeccionismo”.
  6. ¿Quién te cuida? Recuerda: eres la persona más importante de tu vida, te mereces lo mejor. Asume la responsabilidad y cuídate a ti mismo, no esperes a que lo hagan los demás. ¿Qué tal si te haces un regalo todos los días? Un baño, un rato de lectura, una llamada a esa persona que quieres, etc. Identifica lo que te da energía y prémiate con ello.
  7. ¿Por qué buscas aprobación? Fomenta tu autoestima, tomando tus propias decisiones sin necesitar el consentimiento o aprobación de otros.
  8. Pide perdón, reconcíliate contigo y con los otros posibles afectados si cometes errores, y así te desprenderás del sentimiento de culpa. ¿Qué puedes aprender del error? Haz del error un aprendizaje para avanzar, no un lastre.

 

Si quieres cambiar tu situación, empieza a cambiarte a ti mismo. Como decía John Holt: “Aprendemos a hacer algo haciéndolo”. Por ello, te invito a que no te quedes en la teoría y actúes. Tu bienestar está en juego.

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